sábado, 18 de junio de 2011

Repaso para la prueba extraordinaria (y III)

Y, por fin, los esquemas correspondientes a las funciones de reproducción

Aparato reproductor masculino (frontal)


Aparato reproductor masculino (lateral)


Aparato reproductor femenino(frontal)


Aparato reproductor femenino(lateral)

Repaso para la prueba extraordinaria II

Seguimos con los esquemas anatómicos. A continuación tienes los que corresponden a las funciones de relación

Anatomía del ojo


Anatomía del oído


Sistema endocrino


Aparato locomotor

La coordinación II: el sistema endocrino

Además del papel fundamental que realiza el sistema nervioso recibiendo la información, coordinándola y produciendo una respuesta adecuada a la situación del organismo, nuestro cuerpo cuenta con otro sistema de coordinación que trabaja junto a él: el sistema endocrino.



El endocrino está formado por un conjunto de glándulas, es decir, de órganos que segregan sustancias útiles, que vierten sus productos de secreción al torrente circulatorio. A través de él viajan, desplazándose a lo largo de todo el organismo, lo que les permite llegar a diferentes órganos o tejidos. Este modo de acción es más lento que la comunicación eléctrica del sistema nervioso, pero su efecto es más duradero, pudiendo extenderse, en ocasiones, durante toda la vida (por ejemplo, la acción de la hormona del crecimiento). De este modo, la acción del sistema endocrino complementa perfectamente la del sistema nervioso.



Las sustancias producidas por las glándulas endocrinas se llaman hormonas. Cada glándula produce varias hormonas, cada una de las cuales tiene efecto sobre algunos órganos (órganos diana) pero no sobre otros, de forma que la acción combinada de varias hormonas puede tener efectos diferentes a la de otro grupo de hormonas, así que el organismo puede adaptar sus respuestas a distintas condiciones.



El sistema endocrino depende, en su funcionamiento, del sistema nervioso a través de un órgano que pertenece a ambos: el hipotálamo. Se trata de un pequeño saliente situado en el interior del cerebro, formando parte del sistema límbico, que recibe impulsos nerviosos de otras partes del cerebro y que, como respuesta, produce y libera varias hormonas que van a parar, sobre todo, a otra glándula próxima, la hipófisis.



Glándulas del sistema endocrino



Las dos glándulas más importantes del sistema endocrino son, precisamente, el hipotálamo y la hipófisis. Las dos se encuentran dentro del cráneo, en la parte baja del cerebro, muy próximas la una a la otra, y están muy relacionadas entre sí. El hipotálamo tiene como función conectar el sistema nervioso con el endocrino, permitiendo que el primero controle al segundo, y controlar, a través de la hipófisis, el funcionamiento del endocrino. La hipófisis regula el crecimiento del organismo, y controla, siguiendo las órdenes que recibe del hipotálamo, el resto de las glándulas endocrinas del cuerpo.



El tiroides se encuentra en el cuello, a ambos lados de la tráquea. Regula el crecimiento, la actividad celular y la maduración del sistema nervioso. Sus hormonas contienen yodo en su composición, elemento que resulta bastante escaso y difícil de conseguir; cuando nuestro organismo no tiene yodo suficiente intenta compensar esta falta aumentando el tamaño del tiroides, lo que provoca una enfermedad llamada bocio. La principal fuente de yodo es el agua del mar, de modo que nosotros lo consumimos fundamentalmente al comer pescado.



El páncreas es una doble glándula, ya que participa en la digestión y como glándula endocrina regula el aprovechamiento de los nutrientes mediante la secreción de dos hormonas: el glucagón y la insulina.



Las glándulas suprarrenales se encuentran justo encima de los riñones. Tienen dos partes bien diferenciadas, la corteza y la médula, que producen hormonas diferentes, con funciones distintas: mientras que las hormonas producidas por la corteza (llamadas corticoides) regulan la cantidad de sales minerales presentes en la sangre y el equilibrio hídrico del organismo (la cantidad de agua que retenemos o eliminamos), las de la médula controlan las respuestas de ataque y huida.



Por último, los órganos genitales no solo producen los gametos (las células que participan en la reproducción) sino que también producen hormonas que regulan la diferenciación sexual, es decir, la aparición de características distintas en hombres y mujeres, y el funcionamiento del aparato reproductor.





viernes, 17 de junio de 2011

Repasa para preparar el examen extraordinario I

¿Tienes que preparar el examen extraordinario de la asignatura? Aquí tienes algunas actividades que te ayudarán a repasar la parte de Anatomía. Aquí tienes los esquemas que corresponden a las funciones de nutrición.

Anatomía del aparato digestivo


Anatomía del aparato respiratorio


Anatomía del corazón


Anatomía del riñon



Anatomía del aparato urinario

miércoles, 27 de abril de 2011

La coordinación: sistema nervioso

Nuestro organismo posee dos sistemas diferentes que se encargan de la coordinación entre los estímulos y las respuestas que damos a cada uno de ellos: el sistema nervioso y el sistema endocrino. En general, se puede decir que el sistema nervioso se encarga de las respuestas más o menos rápidas y momentáneas, mientras que el sistema endocrino se ocupa de respuestas que no tienen por qué ser rápidas, pero que deben mantenerse en el tiempo.
Sistema nervioso

Tejido nervioso (neuronas en verde, glía en rojo)
El sistema nervioso se extiende por todo el organismo, llegando a todos los órganos del cuerpo. Está formado por un único tipo de tejido, el tejido nervioso, que presenta dos tipos de células:
  • Las neuronas son las principales responsables del funcionamiento del tejido.
  • Las células gliales, que colaboran en el mantenimiento y en el funcionamiento de las neuronas y realizan funciones defensivas.
La neurona es la unidad funcional del sistema nervioso. Son células típicas, con todos los orgánulos que aparecen en el resto de las células del organismo, aunque su forma está muy modificada, en relación con las funciones que deben desarrollar. En las neuronas se distingue siempre un cuerpo celular, que también recibe el nombre de soma, en el que se encuentran la mayor parte de los orgánulos, y una o varias prolongaciones en forma de tubo que, según sus características, reciben nombres diferentes:
  • El axón, generalmente largo y delgado. Hay un único axón por célula.
  • Las dendritas suelen ser cortas y numerosas, ligeramente más gruesas que el axón.
La función de las neuronas es transmitir información desde un punto a otro, lo que hace en forma de impulsos eléctricos. Estos impulsos viajan a lo largo de las membranas de las prolongaciones, dendritas y axones, gracias a que esas membranas pueden permitir o bloquear el paso de cargas eléctricas a su través.

El aspecto externo de las neuronas puede ser muy variable, según el número de prolongaciones que posean y el modo en que estén organizadas esas prolongaciones. En general, existe una relación entre el aspecto que presenta una neurona y la función que realiza dentro del sistema nervioso.

Las neuronas se asocian entre sí para formar los tejidos nerviosos de dos formas diferentes: los nervios son cadenas de neuronas dispuestas en paralelo. En ellos, cada neurona conecta exclusivamente con la anterior y con la siguiente, de modo que pueden actuar como un cable conductor de impulsos nerviosos. Los nervios se encuentran entre los órganos sensoriales y los órganos centrales del sistema nervioso, o entre esos órganos y los que van a producir la respuesta nerviosa. Su función es la transmisión del impulso, lo que hacen en una única dirección: desde la dendrita hacia el axón de cada neurona. Esto hace que distingamos entre nervios aferentes o sensoriales, que llevan la información desde los órganos de los sentidos hacia el sistema nervioso central, y nervios motores o eferentes, que la llevan en dirección contraria. Existen también nervios mixtos, aunque en este caso lo que ocurre es que varias fibras nerviosas que llevan información en sentidos diferentes van empaquetados conjuntamente, pero siempre cada fibra transmite la información en un único sentido.

En el encéfalo, que incluye los órganos más importantes del sistema nervioso, las neuronas se unen formando redes, en las que cada célula individual está unida a muchas otras. Esto permite que se formen diferentes circuitos entre neuronas, circuitos en los que cada neurona ejerce un papel de "decisión", como los elementos electrónicos que forman parte de un chip. La organización en red de las neuronas permiten que los circuitos que forman respondan a los mensajes entrantes que reciben, e incluso que las redes aprendan de la experiencia previa.

La transmisión del impulso nervioso

La información viaja a lo largo de nuestro sistema nervioso en forma de cargas eléctricas que se desplazan de un punto a otro. En el fondo, no se trata de nada extraño: la tecnología utiliza este mismo sistema para transferir información entre puntos lejanos. En el caso del sistema nervioso lo que ocurre es que las neuronas actúan transmitiendo una señal eléctrica a lo largo de su membrana, gracias al movimiento de iones que entran y salen de la célula al medio que las rodea. Cuando el impulso alcanza el final de una neurona, la información "salta" a la siguiente mediante la liberación de sustancias químicas, llamadas neurotransmisores, que salen de la primera célula y son atrapadas por la siguiente.

Las neuronas de nuestro sistema nervioso pueden transmitir el impulso a dos velocidades diferentes, según su estructura: las más sencillas son las neuronas de los nervios amielínicos, que transmiten la información de un modo relativamente lento. Estas neuronas presentan el aspecto que ya se ha descrito anteriormente. Pero, además, existen nervios cuyas neuronas tienen los axones recubiertos por una vaina aislante, llamada mielina. En este caso la transmisión del impulso nervioso es mucho más rápida. La mielina proporciona un aspecto diferente a los nervios que la presentan, de modo que se puede distinguir entre los nervios sin mielina, que constituyen la sustancia blanca, y los que tienen mielina, que forman la sustancia gris.

La estructura del sistema nervioso

El sistema nervioso es un conjunto complejo de órganos, relacionados entre sí de modo que funcionan coordinadamente. La primera división que se puede hacer para estudiarlo es diferenciar entre sistema nervioso central y sistema nervioso periférico.

El sistema nervioso central incluye los órganos nerviosos situados dentro del cráneo (que reciben el nombre de encéfalo) y la parte del sistema nervioso que se encuentra dentro de la columna vertebral, es decir, la médula espinal. Son los elementos que realizan las funciones más complejas, y los que controlan al resto del sistema. El sistema nervioso periférico está formado por los nervios que relacionan la médula espinal con el resto de los órganos del cuerpo.

El encéfalo incluye varios órganos diferentes, cada uno de los cuales se encarga de distintas funciones:
  • El bulbo raquídeo, situado en el extremo superior de la médula espinal, se encarga de controlar los reflejos vitales: regula el ritmo cardiaco y la respiración, la secreción de los jugos digestivos, la deglución, la tos, el vómito o el estrornudo.
  • El cerebelo está situado por detrás del bulbo, y su función principal es controlar los movimientos voluntarios, haciendo que se produzcan de un modo suave y coordinado.
  • El cerebro ocupa casi todo el cráneo. En él se distinguen, básicamente, dos partes que tienen funciones diferentes:
    • El sistema límbico se encuentra en el interior e incluye diferentes partes (hipotálamo, hipófisis...) que se ocupan del olfato, la memoria y el control de las emociones básicas, condicionando el comportamiento.
    • La corteza cerebral se encarga de las funciones superiores: control de la sensibilidad y del movimiento de los músculos, habla, visión, audición, pensamiento...
Algunas de las funciones que realiza el cerebro están bien localizadas. Por ejemplo, se conoce bien la relación que existe entre cada parte del cuerpo y el lugar del cerebro que recibe las sensaciones que proceden de ella, o las partes del cerebro que se activan para mover las distintas partes del cuerpo, pero en otros casos es más difícil encontrar una relación entre las estructuras del cerebro y ciertas funciones, especialmente las más complejas.

El sistema nervioso periférico tiene, a su vez, dos subsistemas: el sistema nervioso somático está formado por los nervios, sensoriales y motores, que controlan la actividad voluntaria de los músculos, mientras que el sistema nervioso autónomo controla las respuestas inconscientes que generamos ante situaciones de peligro o tranquilidad. Para poder hacerlo, el sistema nervioso autónomo está formado, a su vez, por dos conjuntos de nervios: el sistema nervioso simpático se encarga, en general, de preparar al cuerpo para la acción, mientras que el sistema nervioso parasimpático se ocupa de mantenerlo en estado relajado. Estos dos sistemas actúan de forma conjunta: cada órgano recibe nervios de los dos, de modo que las acciones de uno de ellos contrarrestan las del otro.

El funcionamiento del sistema nervioso

Nuestro sistema nervioso puede producir tres tipos de respuesta como consecuencia de haber recibido un estímulo: actos reflejos, actos involuntarios y actos voluntarios.
  • Los actos reflejos se producen de manera automática, sin que tengamos posibilidad de evitarlo. Ocurren, en general, cuando algo puede provocarnos un daño, y nos permiten protegernos de él. Los ejemplos más conocidos de reflejos son la acción de retirar la mano cuando sentimos un pinchazo o cerrar los ojos cuando algo se acerca a ellos. En el caso de los actos reflejos la respuesta se produce en la médula, sin llegar a alcanzar el encéfalo, que recibe la información una vez que la respuesta ha tenido lugar. Esto permite que la velocidad de reacción sea mucho más rápida.

  • Los actos involuntarios son realizados, en general, por el bulbo raquídeo o por el sistema límbico. En este grupo se incluyen muchas acciones que llevamos a cabo de un modo automático, como respirar, pero que pueden ser modificadas voluntariamente: somos capaces de respirar más despacio o más deprisa, o incluso de dejar de respirar temporalmente. Los actos involuntarios dirigen el funcionamiento de muchos órganos.
  • Los actos voluntarios son controlados por la corteza cerebral.

Suele decirse que el sistema nervioso está jerarquizado porque la corteza ejerce control sobre el resto de los órganos del sistema nervioso, de forma que no solo realiza los actos voluntarios, sino que también modifica algunos actos involuntarios, aunque no los reflejos.


Enfermedades y trastornos del sistema nervioso

El sistema nervioso está sujeto, como el resto de los órganos y sistemas de nuestro cuerpo, a sufrir diferentes tipos de enfermedades que alteran su funcionamiento. Pero en este caso, debido a la naturaleza de las funciones que realiza, el efecto de las enfermedades puede ser muy diferente: mientras que algunas solo provocan dolor, o el mal funcionamiento del órgano afectado o controlado por la parte del sistema nervioso que funciona mal, en otros casos lo que se altera es el comportamiento de la persona, o incluso su personalidad.

En el primer caso tenemos las enfermedades neurológicas, que se deben al mal funcionamiento de las neuronas o a lesiones en el sistema nervioso. Las enfermedades neurodegenerativas y los trastornos psíquicos afectan, además, a las funciones "superiores": memoria, comportamiento, funciones intelectuales... Las primeras se deben a la degeneración de algunas partes del sistema nervioso, mientras que en el caso de los trastornos psíquicos no siempre existe una relación clara con problemas físicos del sistema nervioso. Algunos ejemplos de estos tipos de enfermedades son los siguientes:

  • Enfermedades neurológicas:
    • Meningitis: las meninges son tres capas que rodean a todo el sistema nervioso central, protegiéndolo. La meningitis es una inflamación de estas capas provocada, generalmente, por una infección de las mismas, especialmente frecuente en niños. A largo plazo puede provocar sordera, epilepsia o incluso problemas en el desarrollo intelectual.

    • Epilepsia: se producen convulsiones, ataques momentáneos durante los cuales un grupo de neuronas producen impulsos no controlados que modifican la actividad del cerebro y que dan lugar a pérdida de conciencia, movimientos descontrolados... La epilepsia puede estar provocada por múltiples causas.
    • Esclerosis múltiple: se trata de una enfermedad que provoca la pérdida de mielina de los nervios, lo que acaba provocando la pérdida de las funciones de los órganos controlados por esos nervios.
  • Enfermedades neurodegenerativas: se deben al deterioro y a la muerte de algunos grupos de neuronas. Suelen producirse en edades avanzadas, aunque en algunos casos se producen también en jóvenes.
    • Enfermedad de Parkinson: se debe a la degeneración de algunas neurnas del cerebelo, lo que produce temblores en reposo, rigidez muscular, lentitud en los movimientos y pérdida de reflejos.
    • Enfermedad de Alzheimer: está provocada por la muerte de neuronas cerebrales, y afecta a las funciones cognitivas del individuo. En primer lugar, deja de poder adquirir información nueva, y pierde la memoria. Más adelante tiene dificultades en el lenguaje y por último es incapaz de realizar por sí mismo cualquier tipo de actividad.
  • Enfermedades y trastornos psíquicos
    • Depresión: Como enfermedad, es un trastorno que provoca tristeza profunda, estados de malestar y decaimiento que no tienen una causa aparente. En algunos casos puede ser tratada mediante fármacos, porque sí existe una alteración del funcionamiento cerebral identificable y que puede corregirse.
    • Esquizofrenia: es un trastorno de la percepción y de la expresión de la realidad. Los individuos que la padecen tienen la impresión de estar controlados por fuerzas extrañas, de forma que padecen alucinaciones. Suelen tener ideas delirantes, un lenguaje incoherente y un comportamiento desorganizado.
El cerebro y las adicciones

La Organización Mundial de la Salud considera que las adicciones son enfermedades físicas y psicoemocionales, que provocan la incapacidad de llevar una vida normal si no se consigue consumir la sustancia que las provoca.

La adicción puede ser psicológica o física. La dependencia psicológica consiste en el deseo de seguir tomando la droga para conseguir placer o para evitar el malestar. Las drogas que la producen pueden reducir la tensión, producir bienestar, alterar la percepción o provocar la falsa impresión de que tomándolas aumentan nuestras capacidades. La dependencia psicológica puede llegar a ser tan fuerte que impida seguir una vida normal.

Algunas drogas pueden producir dependencia física, porque el cuerpo se adapta a su consumo, dando lugar a tolerancia,  que es la necesidad de ir aumentando progresivamente la cantidad de droga necesaria para conseguir los mismos efectos, y síndrome de abstinencia cuando se dejan de tomar.  Una persona con síndrome de abstinencia se siente enfermo, con síntomas como temblores, dolores de cabeza o diarrea, y puede llegar a sufrir grandes problemas fisiológicos.

La dependencia física puede darse independientemente de la psicológica.

No solo las drogas, entendidas como sustancias prohibidas, producen adicción; también lo hacen sustancias cuyo consumo puede estar permitido, como el alcohol o el tabaco. Asimismo existen conductas (el juego, por ejemplo) capaces de originar dependencia psicológica.

      miércoles, 9 de marzo de 2011

      Órganos de los sentidos III: el oído y el equilibrio

      El oído y el equilibrio comparten varias características comunes, empezando por su localización: están situados en la parte lateral del cráneo, en el lóbulo temporal. De hecho, las estructuras que proporcionan la sensación de equilibrio forman parte del oído interno. Otra característica que comparten es que los dos sentidos son mecanorreceptores.

      Pero, por otra parte, se trata de sentidos totalmente diferentes: el oído es un exteroceptor, que capta estímulos procedentes de fuera del organismo, mientras que el sentido del equilibrio es un propioceptor que detecta la posición y el movimiento del propio cuerpo.

      El oído

      Nuestro oído detecta algunas vibraciones del aire que nos rodea, concretamente las que poseen una frecuencia entre 200 y 20.000 hercios. Las vibraciones de menor frecuencia son percibidas a través del sentido del tacto, mientras que las de mayor frecuencia no son percibidas por nosotros, aunque algunos animales (por ejemplo los perros) sí que pueden escucharlas. Son los ultrasonidos.

      La estructura del oído

      En el órgano del oído se distinguen tres partes: oído externo, oído medio y oído interno. El oído externo consta de pabellón auricular (oreja) y conducto auditivo externo. La oreja sirve para captar los sonidos y llevarlos hasta el conducto auditivo. En otros animales, además, permite localizar la fuente de los sonidos, pero en nuestro caso, como no podemos moverla, necesitamos mover la cabeza para lograrlo. El conducto auditivo, por su parte, transmite el sonido hacia el interior del órgano, amplificándolo ligeramente gracias a un efecto "bocina" (como cuando gritas a través del hueco de tus manos o de un tubo). También realiza una función de protección del resto del órgano, gracias a la presencia de pelos y de una sustancia grasa llamada cerumen que impiden que los cuerpos extraños lleguen hasta el interior del oído.

      Tímpano y huesecillos
      El oído medio empieza con una membrana llamada tímpano, que vibra cuando llega el sonido. El tímpano funciona como la membrana de un micrófono: su movimiento se traslada al siguiente grupo de estructuras, la cadena de huesecillos, que es un amplificador mecánico. La pequeña vibración que alcanza el tímpano aumenta su amplitud al pasar de un hueso a otro. Los huesecillos son, por este orden, martillo, yunque y estribo.

      Los huesecillos se encuentran en una cavidad que se abre en su parte inferior formando un conducto, llamado trompa de Eustaquio, que desemboca en la faringe. La función de este conducto es descargar la presión que el tímpano ejerce sobre la cavidad del oído medio, evitando que el propio tímpano se rompa al recibir un ruido fuerte.

      Una medida de prevención cuando oímos un ruido fuerte, o durante los despegues o aterrizajes en los viajes en avión (cuando la presión varía rápidamente), es mantener la boca abierta, o mascar chicle, para permitir descargar la presión.

      La última parte del oído es el oído interno. En esta zona se encuentran, en realidad, los dos órganos sensoriales de los que hablábamos al principio, el del oído y el del equilibrio.
      El oído interno está formado por una cápsula ósea rellena de un líquido, la endolinfa, encargado de transmitir las vibraciones. Dentro de la cápsula hay una cámara principal, el vestíbulo, de la que nacen dos estructuras diferentes: el aparato vestibular, responsable del sentido del equilibrio, y el caracol o cóclea, donde se produce la sensación de audición.

      El caracol es una estructura espiral cuya forma recuerda el caparazón de estos animales. El diámetro del canal va disminuyendo progresivamente desde su base hasta su ápice. En su interior aparecen tres canales huecos, rellenos de endolinfa. El superior se denomina rampa vestibular, y conecta con un adelgazamiento de la pared del oído interno, la ventana oval, que en el oído medio está conectada al estribo. el canal intermedio se denomina conducto coclear, y en él se encuentran los elementos sensoriales, que transforman las vibraciones en impulsos eléctricos y los envían al cerebro. El conducto inferior del caracol se denomina rampa timpánica, y en su base conecta con otra zona adelgazada, la ventana redonda. La finalidad de esta ventana es que el caracol descargue la presión producida por los sonidos hacia el oído medio.


      El funcionamiento del oído

      El oído externo y el oído medio se limitan a transmitir las vibraciones del aire, amplificando la señal gracias al movimiento de los huesecillos. Éstos transfieren la vibración a la ventana oval, que conecta directamente con la rampa vestibular del caracol. La vibración de los huesecillos se traslada entonces a la endolinfa de la rampa vestibular. La parte inferior de esta rampa es una membrana flexible, que sube y baja en respuesta al movimiento de la endolinfa. Pero no toda la membrana vibra simultáneamente: solo lo hace una pequeña parte de la misma, cuya posición depende de la frecuencia del sonido que llega al caracol: las frecuencias altas hacen vibrar la membrana junto a la ventana oval, mientras que las frecuencias bajas hacen vibrar la membrana en el extremo del caracol (apex).

      La flexibilidad de la membrana basilar, la que vibra al recibir los sonidos, es diferente a lo largo de su recorrido. Eso explica que, a medida que nos vamos haciendo mayores, perdamos la audición de algunas frecuencias antes que las de otras. La pérdida de audición empieza por las frecuencias más altas.

      La vibración de la membrana basilar, por último, se transmite a la rampa timpánica y la recorre hasta llegar a la ventana redonda, a través de la cual se descarga en la cavidad del oído medio.


      Los problemas de la audición

      El oído es un órgano bastante complejo, que puede tener diferentes tipos de problemas o alteraciones, casi todos los cuales acaban produciendo una pérdida de la agudeza auditiva, llamada hipoacusia (de hipo-, por debajo de, y acusia, oír). En general, los problemas del oído externo suelen limitarse a taponamientos u obstrucciones, debidas a la entrada de cuerpos extraños (en general insectos) o a la formación de tapones de cerumen. En este caso, el exceso de cerumen debe ser retirado, siempre por un profesional sanitario, disolviéndolo en agua templada.

      En el oído medio pueden producirse varios tipos de problemas: la obstrucción de las trompas de Eustaquio suele deberse a una infección en la faringe, lo que explica la sensación de "embotamiento" que se produce cuando pasamos por catarros, gripes y otros problemas de la garganta.  Otras causas que pueden provocar problemas en el oído medio son las otitis, infecciones de esta parte del oído, o la otosclerosis, enfermedad hereditaria que se debe a una osificación excesiva de la cadena de huesecillos. También es un problema habitual la rotura del tímpano, que puede ser causada por un golpe o, en algunos casos, por un ruido excesivamente fuerte.

      La alteración más común del oído interno es la presbiacusia, es decir, la pérdida de agudeza auditiva debida a la edad. Suele empezar por las frecuencias más altas, que son las primeras que dejan de oirse. Otras causas de sordera relacionadas con el oído interno son la sordera tóxica, debida a ciertas sustancias (incluidos algunos medicamentos) que dañan el caracol, el trauma sonoro, que está provocado por la exposición prolongada a ruidos excesivamente intensos o el síndrome de Menière, de causa desconocida, que produce sordera y vértigos (sensación de mareo debida a una alteración del sentido del equilibrio), ya que afecta a toda la endolinfa.

      El sentido del equilibrio

      El sentido del equilibrio es un propioceptor que detecta la aceleración producida por los movimientos de nuestro cuerpo. La información que proporciona es utilizada por nuestro cerebro para mantener la postura adecuada en cada momento y coordinar el movimiento, evitando que caigamos al movernos.

      El órgano receptor del equilibrio se encuentra localizado en el oído interno, aunque en estructuras diferenciadas de las que transmiten el sonido. Consta de dos cavidades (utrículo y sáculo) y tres tubos, los canales semicirculares, que se encuentran rellenos de endolinfa. Todas estas estructuras poseen células ciliadas, capaces de percibir el contacto (cuando algo toca sobre los cilios envían una señal eléctrica al cerebro) y unas pequeñas piedrecitas, llamadas otoconias, que se pueden desplazar por el interior del órgano cuando el cuerpo se mueve. Al cambiar de posición, las otoconias tocan sobre cilios diferentes, por lo que el órgano puede enviar la información de la posición al cerebro.

      domingo, 6 de marzo de 2011

      Órganos de los sentidos II: la vista

      La vista y los fotorreceptores

      Cuando hablamos de fotorreceptores nos referimos a órganos sensoriales que pueden ser estimulados por radiación electromagnética. Sin embargo, la radiación electromagnética incluye una amplia gama de energías, desde las ondas de radio hasta los rayos gamma, dentro de las cuales solo percibimos (al menos a través de la vista) una pequeña parte. Esa región del espectro electromagnético es lo que denominamos luz.
      En realidad, diferentes seres vivos percibimos la radiación electromagnética de modos distintos: la mayoría de los insectos son incapaces de percibir la luz roja, mientras que sí que perciben la radiación ultravioleta. En cambio algunas serpientes tienen unos receptores especiales que les permiten formar una imagen a partir de la radiación infrarroja.

      Conos (células pequeñas) y bastones en la retina
      Nuestros ojos son capaces de detectar dos características de la radiación electromagnética: la intensidad, es decir, la cantidad de luz que llega hasta ellos, y la frecuencia: nuestros ojos son capaces de distinguir entre luces de diferente frecuencia (o longitud de onda), dando lugar a la sensación que llamamos color. Estas dos características se perciben en el ojo gracias a dos tipos de células receptoras distintas: los bastones se ocupan de percibir la intensidad luminosa. Se activan incluso cuando reciben una pequeña cantidad de luz, pero solo son capaces de percibir si hay o no iluminación. Es decir, los bastones nos permiten ver incluso en condiciones de escasa iluminación, aunque no nos permiten distinguir colores ni formar imágenes en color. Por su parte, los conos solo son sensibles a ciertas longitudes de onda. En nuestro ojo hay tres tipos de conos: unos responden a la luz roja, otros a la verde y los terceros a la azul. La combinación de estas tres sensaciones da lugar a la visión en color. Los conos necesitan una gran cantidad de luz para llegar a estimularse, motivo por el cual somos incapaces de percibir el color cuando hay poca luz, como al anochecer o al amanecer. Ese es el sentido literal de la frase "de noche todos los gatos son pardos".

      La estructura del ojo

      Músculos del ojo
      Los ojos son dos estructuras esféricas situadas en cavidades óseas, en la parte frontal del cráneo. Externamente se encuentran unidos a varios músculos que hacen posible su movimiento en todas las direcciones, aunque limitado en extensión. Los músculos de los dos ojos trabajan coordinadamente, y son controlados por un nervio llamado motor ocular común.

      De la parte posterior del ojo arranca el nervio óptico, que lleva la información visual desde el ojo hasta la parte posterior del cerebro, donde se produce realmente la visión.

      El ojo propiamente dicho está formado por varias estructuras:
      • Tres capas celulares concéntricas; de fuera a dentro son la esclerótica, la coroides y la retina.
      • Una lente, el cristalino.
      • Dos espacios rellenos de líquido: la cámara anterior queda por delante del cristalino, y está rellena por el humor acuoso, mientras que la cámara posterior, entre el cristalino y la retina, está ocupada por el humor vítreo. Los dos líquidos son transparentes, y permiten el paso de la luz a su través.

      La capa más externa del ojo es la esclerótica, que tiene función protectora. Externamente presenta color blanco, excepto en su parte anterior, en la que se hace transparente para permitir el paso de la luz, recibiendo entonces el nombre de córnea. Bajo la esclerótica se encuentra la coroides, que tiene color rojo debido a la gran cantidad de vasos sanguíneos que posee. Su función es proporcionar nutrientes al resto de las estructuras del ojo. La parte anterior de la coroides se transforma en un músculo anular que deja en su centro un orificio de tamaño variable. El músculo es el iris, la parte coloreada del ojo, y el orificio es la pupila. Detrás de la pupila aparece el cristalino, una lente biconvexa que se sujeta a la coroides a través de un grupo de músculos llamados procesos ciliares. Entre la córnea y el cristalino queda la cámara anterior del ojo, rellena de un líquido transparente llamado humor acuoso. Por detrás del cristalino queda la cámara posterior del ojo, que está rellena de una gelatina también transparente denominada humor vítreo.
      La capa más interna del ojo, en contacto con el humor vítreo, es la retina. En realidad tiene forma de copa, ya que no llega a la parte anterior del ojo (no recibiría luz de ningún lugar), y es la zona sensorial, la que recibe los estímulos luminosos y produce la respuesta. Dentro de la retina hay dos zonas interesantes: el punto ciego es el lugar donde nace el nervio óptico. En él no hay ni conos ni bastones, de modo que no percibe ninguna imagen.

      Localiza tu punto ciego


      Puedes localizar el punto ciego de tus ojos siguiendo estas sencillas instrucciones:
      1. Mira la imagen que aparece a continuación. Empieza por situarte a unos 50 cm de distancia.
      2. Cierra el ojo derecho o tápatelo.
      3. Mira fijamente el punto de la derecha con el ojo izquierdo. Deberías poder ver también la estrella con ese ojo.
      4. Sin dejar de mirar el punto, ve acercándote poco a poco a la pantalla. Cuando estés a unos 25 o 30 cm. dejarás de ver la estrella: ese es tu punto ciego.
      5. Repite el proceso con el otro ojo, pero ahora mirando la estrella hasta que dejes de ver el punto.
      La otra zona de interés en la retina es la mancha amarilla, mácula o fóvea. Se trata de una zona redondeada y un poco hundida que posee muchos más receptores por centímetro cuadrado que el resto de la retina, lo que significa que es la zona de mayor agudeza visual. En condiciones normales, la imagen que vemos se forma precisamente en la fóvea.

      La retina es una estructura muy compleja, formada por varias capas de células. Antes de que los conos y los bastones reciban la luz, ésta atraviesa completamente la retina y choca con su fondo, que es un epitelio oscuro, de modo que nuestros fotorreceptores realmente no reciben luz directa, sino reflejada.
      Además de los conos y los bastones, la retina posee varios tipos de células nerviosas que participan en el proceso de la visión permitiéndonos, por ejemplo, reconocer patrones o interpretar adecuadamente el movimiento.

      El funcionamiento del ojo

      Nuestro ojo funciona según el principio de la cámara oscura, que también explica el modo en que trabajan las cámaras fotográficas analógicas (no las digitales): cuando la luz atraviesa un pequeño orificio, los rayos procedentes de un objeto se cruzan en él y siguen su camino hasta chocar con algún obstáculo. Si encuentran una superficie sensible a la luz, pueden dar lugar a la formación de una imagen, invertida respecto a la posición real del objeto. En el caso de nuestro ojo, el diafragma es la pupila. Igual que ocurre en las cámaras fotográficas o de vídeo la pupila regula la cantidad de luz que llega a la retina, abriéndose cuando la iluminación es escasa y cerrándose cuando es intensa, para evitar deslumbramientos.

      El cristalino funciona como el objetivo de la cámara, permitiendo el enfoque de los objetos que miramos. Hay una diferencia fundamental entre nuestro cristalino y una lente, y es que nosotros no podemos acercar o alejar el cristalino del cuerpo que estamos mirando para enfocar. En vez de eso, lo que hacemos es cambiar el grosor del critalino, tensando o relajando los músculos que lo sujetan, de modo que cuando lo engrosamos (músculos relajados) enfocamos objetos cercanos, mientras que si lo hacemos más delgado podemos enfocar objetos alejados.

      La retina es la parte del ojo sensible a la luz, equivalente a la película fotográfica en las cámaras analógicas, aunque se parece más al detector de las cámaras digitales. Sin embargo, la retina tiene características que las cámaras fotográficas solo están empezando a intuir; por ejemplo, los circuitos de neuronas que están conectadas a los conos y bastones nos permiten identificar patrones, aunque la imagen no esté completa, lo que constituye la base de muchas ilusiones ópticas. Es algo parecido al mecanismo que permite a ciertas cámaras digitales reconocer rostros.
      Aunque la imagen se forme invertida en la retina, nuestro cerebro corrige su posición para reproducir fielmente la realidad.

      Problemas visuales más habituales

      Los problemas visuales más generalizados entre la población son la miopía, la hipermetropía y el astigmatismo. Los dos primeros tienen en común que se deben a problemas en el proceso de acomodación del cristalino, mientras que el astigmatismo se debe a irregularidades en la superficie del propio cristalino o de la córnea. Los tres pueden resolverse utilizando lentes, ya sean gafas o lentes de contacto, aunque también pueden solucioarse quirúrgicamente.

      En la miopía los rayos de luz que se cruzan para formar la imagen lo hacen por delante de la retina, de modo que cuando llegan a la retina dan lugar a una imagen desenfocada. Los miopes ven bien los objetos cercanos, porque pueden engrosar su cristalino, pero no así los lejanos, porque no pueden relajar los músculos lo suficiente para hacerlo. La corrección de la miopía se hace utilizando lentes divergentes, que aumentan la distancia focal del ojo, haciendo que la imagen se forme exactamente en la retina.

      En la hipermetropía ocurre exactamente lo contrario: la imagen enfocada se forma por detrás de la retina porque el cristalino es demasiado estrecho. Pasa lo mismo en la presbicia (vista cansada), aunque en este caso se debe a que los músculos que sujetan el cristalino han perdido fuerza. Los hipermétropes ven bien los objetos lejanos, pero no pueden enfocar bien los cercanos. La corrección se hace utilizando lentes convergentes.

      Lente tórica, usada en el astigmatismo
      El astigmatismo se produce porque la córnea o el cristalino presentan superficies irregulares, lo que hace que los rayos de luz sigan trayectorias diferentes según el punto donde incidan. La corrección necesita lentes tóricas, que sólo desvían los rayos de luz de una zona anular.

      Comprueba lo que has aprendido

      lunes, 28 de febrero de 2011

      Órganos de los sentidos I: el tacto, el gusto, el olfato

      La piel es el órgano de mayor tamaño del cuerpo, y realiza varias funciones diferentes; la más evidente es actuar como barrera mecánica, impidiendo que elementos extraños penetren en nuestro organismo. También participa en la regulación de la temperatura, y en la excreción, mediante el sudor. Pero además, la piel es el soporte del sentido del tacto.

      En realidad el tacto no es un sentido único, sino que incluye varios tipos de receptores: mecanorreceptores, termorreceptores y nocioceptores, de modo que lo que normalmente llamamos tacto incluye sensaciones de contacto, presión, desplazamiento sobre la superficie de la piel, calor y frío y dolor. Estos receptores están distribuidos de forma irregular a lo largo de toda la piel: por ejemplo, en las zonas más sensibles, como las yemas de los dedos, hay una mayor densidad de receptores del tacto, pero menos para el calor. También hay diferencia entre las zonas de la piel cubiertas de vello y las que no lo tienen.

      Todos los receptores de la piel son terminaciones nerviosas, en algunos casos rodeados por grupos de células y en otros no encapsulados. Las sensaciones de tacto se deben a varios tipos de terminaciones nerviosas encapsuladas, mientras que las sensaciones de frío, calor o dolor se perciben mediante terminaciones nerviosas libres. En las raíces de los pelos hay otro tipo de terminaciones nerviosas que son responsables de la sensación que nos produce el roce con el pelo.

      Quimiorreceptores

      Los quimiorreceptores de nuestro organismo tienen como función detectar la presencia y la cantidad de sustancias que nos resultan necesarias o peligrosas. Forman parte de dos de los sentidos corporales, el gusto y el tacto, pero también se encuentran en el interior del cuerpo, concretamente en el aparato circulatorio, y que nos permiten conocer la concentración de CO2 o el pH de la sangre.

      En cuanto a los sentidos externos, el olfato permite detectar la presencia de sustancias volátiles (que se pueden evaporar con facilidad) en el aire, por lo que en muchos animales está relacionado con la detección de posibles presas o depredadores, ya que se puede percibir su olor aunque no estén a la vista y a distancia suficiente para poder reaccionar, mientras que el gusto se ocupa de detectar sustancias disueltas en la saliva, de modo que permite reconocer los nutrientes presentes en los alimentos, o si éstos incluyen sustancias peligrosas. En este sentido, los sabores amargos generalmente representan compuestos que resultan peligrosos para el organismo.

      El sentido del olfato está localizado en la parte superior de las cavidades nasales, ocupando un área de unos 2,5 cm2 en cada cavidad. Es capaz de distinguir unos 10.000 olores distintos, incluso a concentraciones extremadamente bajas: una única molécula entre 30.000 millones es suficiente para producir la sensación del olor.

      Los receptores del sabor se encuentran distribuidos por la cavidad bucal y la faringe, aunque son mucho más abundantes en la lengua. Las estructuras que detectan los sabores se denominan papilas gustativas, y tienen aspectos y estructuras diferentes según la posición de la lengua en que se encuentre. Tradicionalmente se decía que eran capaces de diferenciar entre cuatro sabores básicos, y que cada sabor estaba localizado, preferentemente, en una zona de la lengua. Hoy en día no se acepta esa distribución de receptores, y a los cuatro sabores básicos de siempre (dulce, salado, ácido y amargo) se les ha añadido el umami, que corresponde al sabor de la carne.

      Los sentidos del olfato y del gusto están íntimamente relacionados, de modo que la percepción que tenemos al consumir un alimento es el resultado de combinar su gusto con el olor que desprende. Eso explica por qué cuando estamos acatarrados, y perdemos una parte de la capacidad olfativa, también saboreamos de modo menos intenso los alimentos.

      La pérdida de la capacidad olfativa se denomina anosmia, y la pérdida del gusto ageusia.

      martes, 15 de febrero de 2011

      Funciones de relación I: ¿En que consisten?

      Nuestro cuerpo está en relación permanente con el entorno que le rodea. Ahora mismo, mientras lees este texto, tus ojos están recibiendo estímulos externos que se transmiten hasta tu cerebro. Cuando llegues a la última línea de la pantalla, tu cerebro te informará de que debes avanzar, y dará órdenes a tu mano para que mueva la barra de desplazamiento. Todas esas acciones forman parte de las funciones de relación que está desarrollando tu cuerpo en cualquier momento.

      Pero, a la vez, en tu cuerpo están ocurriendo otros muchos procesos que también forman parte de tus funciones de relación; es posible que haga mucho tiempo que has comido, y tienes sensación de hambre, o de sed. Si es así, pronto decidirás levantarte y beber agua, por ejemplo.

      Si comparas los dos ejemplos entre sí verás que tienen muchas cosas en común: en los dos casos hay un estímulo inicial, una información que es recibida por alguna parte de tu cuerpo (el texto escrito, en el primer caso, la sensación de sed en el segundo) y una respuesta final (el movimiento de tu mano para avanzar, o el de todo tu cuerpo para beber agua). Entre estímulo y respuesta hay también procesos que son comunes en los dos casos: la información que has recibido se transmite hasta tu cerebro, y éste toma la decisión de cómo usarla, es decir, señala cuál es la respuesta adecuada, es decir, coordina la actuación del cuerpo.

      En los dos ejemplos que hemos puesto, la respuesta está coordinada por el cerebro. Sin embargo, hay otra posibilidad más: después de que hayas comido, cuando la cantidad de glúcidos de tu sangre aumenta, el páncreas secreta una hormona llamada insulina, que llega a todas las células del organismo. Cuando las células reciben la insulina "entienden" que hay glucosa disponible, y se preparan para absorberla y utilizarla. El proceso es muy parecido a los anteriores: de nuevo hay un estímulo (la presencia de glucosa), un mecanismo de coordinación (que en este caso es el sistema endocrino, que se encarga de la producción y secreción de hormonas) y una respuesta, que llevan a cabo todas las células del organismo (absorción y utilización de la glucosa).


      Así que podemos decir que las funciones de relación del organismo son el conjunto de procesos que nos permiten recibir información del medio externo y desde nuestro propio organismo, coordinarla, decidir una respuesta adecuada a esa información y hacer que el organismo la lleve a cabo.

      El origen de la información

      Nuestros sistemas de coordinación (son dos, el sistema nervioso y el endocrino) necesitan recibir información tanto del exterior de nuestro cuerpo como de su interior. La información que nos llega de fuera la recibimos a través de los órganos de los sentidos, que ya nos resultan muy conocidos, mientras que la información que nos llega del interior del organismo lo hace a través de órganos propioceptores, que se encargan de informarnos de la posición y del movimiento del cuerpo,  y que se encuentran en el oído interno, en los músculos y en la unión entre músculos y tendones, y de los órganos visceroceptores, que se encuentran en las paredes de los órganos huecos y que nos informan, fundamentalmente, del daño que pueden sufrir estos órganos.

      Los receptores sensoriales

      El primer elemento de nuestro organismo que participa en los procesos de relación son los receptores sensoriales. Son órganos capaces de experimentar un cambio cuando reciben un estímulo determinado. Los estímulos son, en todos los casos, algún tipo de energía que alcanza al receptor y que puede estimularlo. El resultado final de los cambios que sufre el receptor sensorial es la producción de una corriente eléctrica que es transmitida por los nervios hasta el sistema nervioso central. Los receptores sensoriales de nuestro organismo pueden clasificarse según la naturaleza del estímulo que pueden percibir. De este modo, pueden distinguirse:
      • Quimiorreceptores: perciben la presencia de sustancias químicas disueltas. Corresponden al gusto y al olfato, aunque también hay receptores internos que nos informan de la presencia o de la concentración de algunas sustancias en nuestro medio interno.
      • Mecanorreceptores: son sensibles a estímulos mecánicos, como la presión. Están presentes en el sentido del tacto, pero también en el del oído.
      • Fotorreceptores: perciben ciertas frecuencias de radiación electromagnética, transformándolas generalmente en una imagen. Forman parte de nuestro sentido de la vista.
      • Termorreceptores: responden a los cambios de temperatura. Están asociados a nuestro sentido del tacto.
      • Nocioceptores: transmiten sensaciones de dolor. Están presentes en la piel y en casi todos los órganos.

      viernes, 11 de febrero de 2011

      Funciones de nutrición: la excreción

      Regulación osmótica y excreción

      El funcionamiento de los organismos animales ocurre en un entorno líquido, el medio interno del organismo. Para que el sistema siga funcionando es necesario que las concentraciones relativas de agua y de sales minerales de ese medio se mantengan constantes.

      En el ambiente terrestre, los animales deben evitar la pérdida de agua por evaporación. Este proceso recibe el nombre de regulación osmótica. Además, los animales también tienen que eliminar los residuos tóxicos producidos en el metabolismo, que están disueltos en agua. Este otro proceso se denomina excreción.

      La regulación osmótica y la excreción están estrechamente relacionadas entre sí, porque los dos procesos suponen el control de la cantidad de agua que pierde el organismo.

      La cantidad de agua presente en el cuerpo debe mantenerse aproximadamente constante a lo largo del tiempo, hasta el punto de que una pérdida de un 12% del agua corporal supone la muerte para un ser humano. El principal mecanismo para evitar la pérdida de agua por evaporación es la presencia de células muertas, a pesar de lo cual seguimos perdiendo agua permanentemente. Esa pérdida de agua debe ser compensada para que podamos mantener un equilibrio hídrico adecuado. Las principales fuentes de agua son, por ese orden, la ingestión de líquidos, la ingestión de agua con los alimentos y la reutilización del agua del metabolismo. Gracias a esos aportes conseguimos unos 2500 ml al día, que compensa las pérdidas debidas fundamentalmente a la orina, a la sudoración (evaporación), a la pérdida de agua con las heces y a la respiración.

      La excreción

      La excreción es uno de los procesos que forman parte de las funciones de nutrición de los seres vivos. Consiste en la eliminación de las sustancias de desecho que han sido producidas por las células del cuerpo como consecuencia de las reacciones químicas que tienen lugar en ellas. Es decir, los componentes de los alimentos que no son absorbidos en el tubo digestivo no son excretados. La eliminación de estos restos no absorbidos recibe el nombre de egestión o defecación.

      Las sustancias excretadas, por lo tanto, han sido producidas por las células al utilizar los nutrientes para producir energía o para elaborar sus componentes. Las células las expulsan y las vierten a la sangre, y ésta las transporta hasta los órganos encargados de su eliminación.

      Principales órganos excretores
      Los principales residuos que se producen como resultado del funcionamiento de las células son el dióxido de carbono, que resulta de la quema de los "combustibles" utilizados por el organismo para producir energía, y algunas sustancias que contienen nitrógeno, sobre todo la urea, pero también las sales biliares, que son producidas cuando las células eliminan proteínas que ya no les sirven y algunas sales minerales. Estas sustancias son vertidas por las células a la sangre, recorriendo la circulación general hasta que llegan al órgano que se encarga de eliminarlas:
      • El dióxido de carbono es eliminado a través de los pulmones, dentro del proceso de respiración.
      • Las sales biliares, que son producidas en el hígado, son vertidas a la vesícula biliar y eliminadas a través del intestino. Estas sustancias, sin embargo, aún son útiles en el organismo, ya que facilitan la digestión de las grasas actuando como emulgentes (un emulgente es un compuesto que hace que las grasas formen gotas pequeñas en una disolución acuosa).
      • La urea también es vertida a la sangre por todas las células, y es eliminada sobre todo a través de los riñones. La urea resulta tóxica para el organismo incluso a bajas concentraciones, por lo que para eliminarla es necesario disolverla en una cierta cantidad de agua que también se eliminará.
      • Las sales minerales son eliminadas por los riñones y a través de la piel, mediante el sudor.
      Aparte de estas sustancias mayoritarias, nuestro organismo también elimina algunas otras que no llegamos a metabolizar, como restos de medicamentos o compuestos más o menos tóxicos que hemos ingerido con los alimentos. En la mayoría de los casos la eliminación se produce a través de los riñones, pero también puede intervenir la piel. Sin embargo, algunas otras sustancias tóxicas no pueden ser excretadas por los mecanismos habituales, sobre todo si se trata de compuestos poco solubles en agua. En este caso, podemos acumularlas en algún órgano o tejido donde resulten poco peligrosas. Por ejemplo, las pequeñas cantidades de arsénico que pueden ir en nuestros alimentos se acumulan en las uñas. Muchas de estas sustancias acaban acumulándose en el tejido graso o, sobre todo, en el hígado.

      Los procesos de la excreción

      Para eliminar los residuos metabólicos, el organismo debe llevar a cabo varios procesos:

      1. Filtración: el líquido corporal debe ser recolectado y filtrado para separar los residuos de las sustancias aprovechables. La filtración ocurre haciendo pasar el líquido corporal a través de un epitelio, que retiene en el sistema circulatorio las células, las proteínas y otras moléculas grandes. Sin embargo, es un proceso inespecífico, lo que significa que separa las moléculas por su tamaño, y no por sus características químicas. Por ese motivo el filtrado contiene los desechos nitrogenados, pero también sustancias útiles para el organismo, como agua, sales minerales, aminoácidos o glúcidos.
      2. Recuperación de los nutrientes mediante reabsorción selectiva. En esta fase el organismo consigue recuperar el agua y los nutrientes (glúcidos y aminoácidos) que habían ido a parar al líquido filtrado. Este proceso sí que es específico, de forma que las células que lo llevan a cabo absorben exclusivamente los compuestos que el organismo necesita recuperar.
      3. Ajuste de la composición de los productos de excreción mediante secreción. En esta fase se añade al líquido filtrado la cantidad de agua y de sales minerales necesaria para mantener el equilibrio del ogranismo. La orina producida antes de esta fase está muy concentrada, es decir, contiene muy poca agua, por lo que en este momento se añade el agua justa para que el organismo mantenga su balance hídrico.


      El hígado es el órgano central del metabolismo

      Las funciones realizadas por nuestro hígado son básicas a lo largo de todo el proceso de funciones de nutrición: cuando absorbemos, en el intestino, los nutrientes procedentes de los alimentos, esos nutrientes son transportados, en primer lugar, al hígado, que los reorganiza para adaptarlos a las necesidades de nuestro cuerpo.
      En la excreción, el hígado es el órgano donde se forma la urea, que será excretada por los riñones, a partir de las proteínas que ya no resultan útiles. También se recicla la hemoglobina de los glóbulos rojos, a partir de la cual se producen las sales biliares. Por último, muchas sustancias tóxicas son procesadas por el hígado, que las transforma en otras más inofensivas (como ocurre, por ejemplo, con el alcohol) o, si no es posible, las acumula. Esto explica que, en muchos casos de intoxicación, sea el hígado el órgano que resulta más dañado. También explica que, cuando estamos en contacto con sustancias tóxicas durante largos periodos de tiempo, también se dañe el hígado.

      La piel es un órgano excretor

      Otro de los órganos que participa en la función excretora es la piel, por medio de las glándulas sudoríparas, encargadas de producir y verter el sudor.

      Como muchos otros elementos de nuestro organismo, el sudor realiza varias funciones, de las cuales la excretora es una de las más importantes, ya que permite eliminar agua y sales minerales, así como una pequeña cantidad de urea. Su composición es bastante parecida a la de la orina, aunque las concentraciones de residuos son mucho más bajas. Sin embargo, además de la eliminación de residuos, el sudor contribuye también a regular la temperatura del cuerpo, gracias a que su evaporación permite la pérdida de calor de la piel, y es el responsable del olor del cuerpo.
       Aparato urinario

      La mayor parte de los residuos generados por nuestro organismo se elimina a través del aparato urinario. Está situado en el abdómen, pegado a los intestinos, y consta de un par de órganos, los riñones, que se encargan de la separación de los residuos del resto de los componentes de la sangre, dando lugar al producto de secreción (orina),  la vejiga urinaria, que acumula la orina hasta que es eliminada, y una serie de tubos que conducen la orina desde los riñones hasta el exterior (uréteres, desde los riñones hasta la vejiga, y uretra, desde la vejiga hasta el exterior del cuerpo).

      Los riñones son los encargados de elaborar la orina, es decir, de separar las sustancias útiles de la sangre de los residuos que deberán ser eliminados. Además, se encargan de regular la cantidad de agua y sales que hay en el cuerpo, manteniendo el equilibrio necesario para el correcto funcionamiento del cuerpo.

      Los riñones son un par de órganos con forma de alubia y del tamaño aproximado de un puño, situados en la parte trasera del abdomen, a los lados de la columna vertebral y por debajo del hígado. Externamente están protegidos por una cápsula que los mantiene a salvo de posibles golpes. En su interior se distinguen tres partes: la más externa es la corteza, que contiene un gran número de vasos sanguíneos. Más hacia el interior aparece la médula, más oscura, y en el centro del riñón se encuentra una cavidad, la pelvis renal, que recoge la orina y la deja salir a través del uréter.

      El riñón está formado por un gran número de estructuras de tamaño microscópico llamadas nefronas, cada una de las cuales es capaz de producir la orina a partir de la sangre, de modo que la nefrona es la unidad funcional del riñón. 

      Básicamente, una nefrona es un tubo largo y estrecho diferenciado en varias regiones, cada una de las cuales realiza una función dentro del proceso de elaboración de la orina. Empieza en una especie de copa, llamada cápsula de Bowman, en cuyo interior se encuentra un capilar sanguíneo muy retorcido y dividido formando una especie de ovillo llamado glomérulo. El conjunto de cápsula de Bowman y glomérulo se llama corpúsculo de Malpighi.

      La sangre pasa por el glomérulo, y debido a la presión que ejerce sobre los capilares es filtrada en él. El agua y las moléculas pequeñas salen del capilar y pasan al interior de la nefrona, mientras que las moléculas grandes (como las proteínas) y las células permanecen dentro del capilar.

      El primer tramo de la nefrona, después de la cápsula de Bowman, se llama túbulo contorneado proximal. En él se reabsorben una gran parte del agua, sodio y los aminoácidos del filtrado. El siguiente tramo de la nefrona describe un arco hacia la médula del riñón, y se denomina asa de Henle. En esta parte del tubo se recupera casi toda la sal y casi toda el agua filtradas. El último tramo recibe el nombre de túbulo contorneado distal. Varias nefronas desembocan en un túbulo colector, que lleva la orina hasta la pelvis renal.

      En la formación de la orina se distinguen tres procesos: en primer lugar, la filtración, que es totalmente inespecífica: se filtran todas las moléculas presentes en la sangre menores de un cierto tamaño. En segundo lugar se produce un proceso de reabsorción, que es selectivo; las células de la nefrona recuperan las sustancias que el organismo necesita, incluyendo la mayor parte del agua y las sales minerales. Por último, en el túbulo contorneado distal tiene lugar la secreción activa de algunas sustancias que deben ser eliminadas.

      Los riñones funcionan continuamente, a un ritmo muy alto; a diario, filtran unos 200 litros de sangre, a partir de los cuales producen unos dos litros de orina.

      Enfermedades del aparato urinario

      Una de las alteraciones más frecuentes del funcionamiento de los riñones es la formación de piedras o cálculos. Se forman debido a la cristalización en el interior del riñón de sustancias presentes en la orina, como el oxalato cálcico, y resultan dolorosos cuando son arrastrados hacia el uréter, porque no consiguen salir por él. Su tratamiento consiste en eliminarlos, si es posible, haciéndolos vibrar con ultrasonidos hasta romperse. Además, la persona que tenga tendencia a la formación de cálculos deberá revisar su dieta, ya que éstos se producen sobre todo a partir de alimentos ricos en calcio, como algunas verduras y los lácteos. Puedes conseguir más información sobre los cálculos renales visitando este tutorial.

      Otro tipo de enfermedades que pueden darse en el aparato urinario son las infecciones, provocadas por bacterias que se introducen en el organismo a través de la uretra. Si las bacterias alcanzan solo la vejiga y la uretra se produce una cistitis, pero si llegan hasta el riñón se habla de una nefritis, que es más complicada y dañina.

      El fallo en el funcionamiento de las nefronas, que puede estar relacionado con la diabetes o con la presión arterial alta, puede conducir a una enfermedad renal crónica, cuyo efecto final es el fallo de uno o los dos riñones. Normalmente, basta con que uno de los dos riñones funcione para poder llevar una vida sana, pero si fallan los dos su función debe ser sustituida artificialmente. La solución definitiva para el fallo renal es el transplante, que puede realizarse a partir de un donante vivo

      Los trasplantes de órganos
      funcionan como un mecanismo de solidaridad asimétrica, porque el
      donante cede sus órganos sin esperar ningún tipo de
      recompensa a cambio. Normalmente los trasplantes de órganos se
      llevan a cabo en el momento en que el donante muere, si el estado de
      sus órganos lo permite, pero en algunos casos es posible la
      donación de un órgano durante la vida. Esto se da, por
      ejemplo, en el trasplante de riñón, ya que el
      funcionamiento de uno solo de estos órganos es suficiente para
      garantizar una vida saludable al donante, pero también en el
      caso del trasplante de médula ósea, puesto que solo es
      necesario un pequeño fragmento de la misma, que se regenera al
      cabo de algún tiempo, o en el trasplante de hígado, en el
      que ocurre algo parecido y, por supuesto, con la donación de
      sangre.

      España tiene una de las legislaciones más avanzadas en
      materia de trasplantes de órganos. En principio, cualquier
      persona es donante, salvo que él durante su vida, o su familia
      en el momento de su muerte, expresen su oposición a la
      donación de órganos. También es posible que una
      persona haga patente, durante su vida, su voluntad de donar sus
      órganos, mediante un carné de donante.

      La donación de órganos es altruista (ni el donante ni su
      familia reciben nada a cambio del órgano donado) y
      anónima (ni la familia del donante ni el receptor del trasplante
      conocen la procedencia o el destino del órgano). Los
      órganos donados entran a formar parte de una institución
      internacional, que se encarga de trasladarlos en un plazo muy corto de
      tiempo al lugar en el que exista un receptor apropiado.

      Los avances médicos han permitido aumentar el número de
      órganos que pueden ser trasplantados.
      En el caso de que el trasplante renal no sea posible, o durante el tiempo en el que el enfermo está a la espera de recibir un nuevo riñón, el tratamiento de su enfermedad se realiza mediante el procedimiento de diálisis, que consiste en extraer la sangre del enfermo y filtrarla a través de una membrana que sustituye la función que realiza el riñón.